miércoles, 27 de mayo de 2015

PREGUNTAS A MEDIA NOCHE


Desde el insomne silencio, de una hora sonámbula que no miré, unas cuantas neuronas rebeldes al sueño, se me pusieron a preguntar.


No sé muy bien por donde empezaron, aunque recuerdo confusamente algo como: ¿Qué soy?, ¿Que es esta vida?, ¿existirá Dios?, y si existe ¿Qué es?, ¿Para que vivimos? Casi siempre mediocremente. El porqué de tantas cosas; manzana de Adán que atraganta la razón, que se rinde a la espera paciente; un dulce relax que no tiene prisas por morder manzanas sino pequeñas acerolas mensajeras de saberes de corazón. Y comprendí que mi traumático miedo a mi muerte, arraigado en mi instinto de autoprotección era culpable de mis muchas dudas, ya que sin él, otra razón sería posible, libre de condiciones corporales.

Y perdiendo cuerpo sentí, posiblemente con algo que podría llamarse alma: que hay una verdad mayor en dirección a la bondad, a la empatía, al amor. Y saliendo de mis adentros conecté con lo de afuera; hacia tantas cosas de la vida: naturaleza múltiple y diversa, toda vibrando armónicamente, intentando el contacto cada vez más intimo, evolucionando hacia el unísono musical. Y comprendí mejor que el secreto está en la música, y que en toda materia hay pentagramas musicales, notas escritas en adeenes celulares y en ondas de todo tipo. Los pájaros y las flores las sienten y las cantan con sonidos y colores. Pues la música de la que hablo no es solo sonido sino: color, ritmo palpitante de todo lo existente, belleza, armonía en la forma y sobre todo amor.


La música está ahí, dentro y fuera de todas las cosas. Como Dios. Porque no. Ella podría ser El: ¡La música!, cada vez más sublime, más exenta de estridencias y dolores, más armónica. Evolucionando hacia la perfección, hacia la gran composición divina en la que el concierto de todo lo existente: pasado y futuro, siempre en presente, sea una hermosa obra unánimemente coordinada y feliz.

Millones de trillones de instrumentos musicales, alabando todos su propia esencia: “la de cantar unidos”.



Por Manuel Sampedro

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