martes, 29 de octubre de 2013

UNA ROSA EN OTOÑO


La he sacado de su escondite, inmerso en el escenario de mi memoria, adormilada entre tímidos  bostezos, olvidada y oculta de algún modo en los recuerdos. Ayer fue cuando la acabé, no se trata de una rosa cualquiera, de una rosa de punto de cruz copiada de un esquema en un momento de aburrimiento, no, nada de eso. Se trata de la preciosa rosa inglesa que funde sus colores creando la vida y la luz  de unos eternos momentos de mi niñez.
Yo tenía seis años cuando la vi por primera vez. Se encontraba bordada sobre un lienzo negro que forraba con delicadeza  la tapa de una preciosa cajita dorada.Era el regalo que mi madre había  comprado para la abuela Concha. Cuando lo vi, supe de inmediato que mi madre era la persona más sabia del mundo, porque había podido resumir en algo tan pequeñito toda la esencia de la grandeza  de esta mujer.Mi abuela, siempre elegante, de un gusto exquisito.
La recuerdo vestida con ropas de suave tacto y alegres colores, los malvas de sus vestidos y las grandes flores blancas estampadas en sus tejidos. Su pelo gris siempre perfectamente peinado, sus andares lentos, con pasos cortos y pesados. Su generosa silueta tan entrañable en el papel de una abuela. La recuerdo en sí a ella en la esencia de la pequeña cajita dorada, bella en todas sus caras y coronada por la delicada rosa.
En aquel momento, entre mis pequeñas manos se me antojaba la joya más valiosa y maravillosa que podía existir.

¿Qué tiene dentro?
Ahora lo verás. Dijo mi madre abriéndola con cuidado.

En su interior un perfume en forma de crema, con un intenso aroma a jazmín y un delicado color rosa palo, esperaba su liberación.

¡Que bonito mamá, es tan bonito como la abuela!
Sí, era tan bonita y delicada como ella.

Este otoño la vi en una publicación de labores de punto de cruz. Al verla volví a quedar atraída por su encanto y por el interesante pasado que traía a mi memoria.
La bordé. En cada una de  sus pequeñas cruces degusté todos  los minutos que robaba a mi tiempo, quise terminarla para enmarcarla,  para admirarla integrada cuarenta años después en mi casa, en sus colores en sus formas,  en  su calor.

Me gusta el resultado final y quería compartirlo con vosotros.


Por Marilé Cerván.

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